21 diciembre 2009

FUMAR
Me dispongo a escribir la simplicidad de fumarse un cigarrillo.
Así, que en este relato no encontraréis ni brujas malas con una asquerosa verruga en una puntiaguda nariz, ni magos buenos con el pelo largo y blanco a conjunto con la barba. Tampoco nada relacionado con extraterrestres con pieles de colores vivos -como pueden ser el azul, el verde o el naranja o el rojo amarillento-, ni batallas campales de la edad media con espadas forjadas por elfos, ni luchas entre héroes del futuro. Tampoco es una historia de miedo donde leer como una pobre chica adolescente se pierde en una gran ciudad, a pleno manto de la noche, y empieza a tener visiones futuristas mientras llora desesperada. Ni es exactamente un escrito en el que se retractan las costumbres de una época determinada, donde los personajes van y vienen en sus vidas cuotidianas, utilizando transportes públicos, saliendo de discotecas por la noche y follando borrachos en algún baño público. Y aunque se que a la gente le gusta leer historias de un amor platónico entre un Romeo y una Julieta, que se conocen en un bar, donde ella es camarera y él cliente habitual, y su amor surge a primera vista, tampoco es esa mi intención con este relato.
Todavía menos quiero dibujar paisajes verdes, de montañas infinitas, y cielos azules, que provocan una paz oceánica. Y, si no es mucho arriesgar, aún menos un cuento corto sobre la muerte de algún general en alguna guerra en algún lugar, donde, seguramente, una bomba que caería cerca de su campamento base le provocaría la locura y luego la muerte, y le obligaría a soltar blasfemias contra Dios y los hombres hasta que el aire dejara de entrar y salir de sus pulmones, y la sangre correr y saltar de vena en vena.
Ni quiero -¡ni mucho menos!- mostraros lo sucedido en una nave espacial hacia Júpiter, o hacia Marte, o, incluso, hacia el sol. Y, por descontado, tampoco hablar de la crueldad y del egoísmo de algún ser humano en particular, haciendo una crítica social y metaforizando mi entorno. Por otro lado, supongo que a estas alturas, ya os imagináis que el relato tampoco trata del traspaso de la vida a la muerte, ni del más allá, ni de la minuciosidad que demuestra un peligroso y violento asesino en serie obsesionado con las mujeres rubias y de ojos oscuros entre una franja de edad que calificaríamos como de mujer madura pero todavía joven. Ni de las conversaciones nocturnas de la luna y las estrellas, donde ellas la admiran y la mayor envidia la luz propia de las otras, y su fuego. Ni del crecimiento de las plantas, ni de los alimentos que nos da la tierra, ni de la relación de Pol -un niño de tres años-, con su perrita Mosqui -que casi le dobla la edad-, y que siempre juegan juntos en el patio trasero de su casa.
Es, simplemente, eso: lo simple de fumarse un cigarrillo.



Eso siempre ha sido una tentación demasiado peligrosa, y yo me pregunto por qué. Por qué se nos ilumina la cara con una sonrisita de medio lado cuando logramos transformar algo tan simple, en la cosa más complicada y descavellada que podamos imaginar.

©TIMOTHY

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